En estos días de palabras nuevas y situaciones desconocidas, me da mucho miedo no saber adaptarme a la nueva normalidad y a las consecuencias de la infoxicación interesada que está corriendo por la red y los medios de comunicación.
La primera idea que me viene es pensar que todo el mundo está cubierto por una invisible y fina capa de coronavirus pronta a contagiar a quien se le ponga por delante. Esa es la percepción que deja la insistente matraca con la que nos invitan a mantener una mal llamada distancia social, porque verdaderamente es una distancia física.
Hace un par de semanas en un grupo de personas ciegas italiana comenzó a circular una carta escrita supuestamente por un perro guía titulada «soy un perro guía, no un experto en medidass.»
En un formato más que discutible venía a decir algo que todos los ciegos pensamos desde el primer día: ¿Cómo gestionamos los ciegos esa distancia física del metro o los dos metros?
Nosotros necesitamos ciertas atenciones que hacen saltar por los aires esa obligatoriedad de la distancia física. Necesitamos que nos guíen, que nos den las cosas a la mano, y necesitamos sobre todas las cosas que la gente no nos agreda si por lo que sea invadimos ese terreno peligroso del metro de distancia.
En la infoxicación de estos días ha circulado la idea extendida de que el virus particularmente es más contagioso en personas con otras patologías. ¿Qué piensa la gente cuando ve a alguien con una enfermedad? Pues exactamente eso, ve que el discapacitado es alguien delicado al que sobreproteger y que no puede estar en el rebaño de la vida diaria. Hoy el diferente, y si es débil va aplastado, eliminado y alejado de la normalidad.
Nos cuesta ya mucho conseguir que la gente nos ayude, y más que lo hagan las instituciones. Ahora somos ese posible peligro que puede contagiar porque se acerca peligrosamente, y somos esas ovejas negras que ni el pastor ni el rebaño necesita. Una cosa tan simple como podía ser encontrar un asiento en el metro o en el bus, ahora va a ser imposible, porque nadie se va a atrever a ayudarnos a hacerlo. Si además somamos que el hecho de que estemos allí significa que hay un sitio menos en un transporte reducido de capacidad, lo primero en que pensará la gente es en dejarnos de lado y alejarse de nuestra presencia.
La nueva normalidad trae consigo nuevas señales en el suelo para mantener la distancia, nueva información visual, nuevas barreras transparentes que los perros guías no ven y que cambian totalmente la percepción espacial de los que nos movemos con bastón, nuevas formas de relacionarse en las que las manos significan peligro. Esas manos con las que los ciegos necesitamos tocarlo todo y esas mismas manos que utilizamos para agarrarnos a una eventual guía si es que se puede conseguir.
Hoy, escribiendo estas líneas, tengo miedo. Tengo miedo a esa nueva normalidad que me aleja de mi vida habitual. Esa nueva normalidad a la que a los ciegos nos va a costar muchos esfuerzos adaptarnos si no contamos con vuestra comprensión y ayuda.